jueves, 11 de noviembre de 2010

Los herretes de diamantes

Tengo en mi poder los herretes de diamantes de Ana de Austria. Aquí donde ustedes me ven, soy una aventurera de mucho cuidado. Aventurera en el mejor sentido del término, no lo que están ustedes pensando.

Quiero decir que desde el ritual de iniciación al que fui sometida antes de ser admitida en ese pequeño y privilegiado grupo de lectores de literatura de aventuras, las he vivido de todos los colores, tamaños y sabores. Porque a la literatura, como a muchas otras cosas en la vida que valen la pena, se va con la disposición de vivir lo que uno lee, y si no es así, mejor ni ir.

Les decía que tengo en mi poder los herretes de diamantes de Ana de Austria, una reina de Francia, nada menos, porque fueron mi premio por haber acompañado a los mosqueteros durante todas sus aventuras, que empezaron precisamente con los famosos herretes. D’Artagnan, ese hombre de virtudes y defectos tan humanos, cuya existencia se antoja inverosímil a fuerza de tanta grandeza, ha sido el amor más constante de mi vida. Vamos, como que me enamoré de él a los 16 años y aquí estoy, tres décadas más tarde, y sigo en las mismas.

En ese género aprendí lo que vale la lealtad de un amigo, como tuve ocasión de comprobarlo yo misma, cuando en la gruta de Locmaría, el inmenso Porthos dijo sus últimas palabras: “es mucho peso”. Desde entonces, he vivido deseando tener tres amigas así de leales, para imitar, aunque sea en número, a los cuatro famosos mosqueteros que hicieron de la amistad su razón de ser.

Como les decía, a este tipo de lectura se entra con el alma limpia de todo prejuicio. De otro modo, no sería posible sentir piedad por hombres como Brian de Bois-Gilbert. Ese caballero templario que amaba y odiaba sin medida, y cuyas pasiones eclipsaban su capacidad de razonar. O admirar al cardenal de Richelieu, a quien a pesar de haberles hecho tanta perrería a los mosqueteros, uno no puede negarse a reconocer su inteligencia, su astucia y su valentía.

Una vez me perdí en las selvas de África, pero no me pesa, porque gracias a eso pude conocer al héroe por excelencia, al pequeño Lord Greystoke, aunque quizás ustedes lo conocerán por otro nombre, Tarzán de los Monos, cuya inteligencia superior le permitió no solo sobrevivir en un lugar que hubiera matado a cualquier otro, sino convertirse en el jefe natural de todos los animales, incluyendo a los más salvajes.

Ah, y también estuve junto a otro pequeño héroe de las selvas, esta vez en la India, en su lucha sin cuartel en contra de los perros djholes, me refiero, claro está, a Mowli, que acompañado por mi y por el fiel lobo Akela, salvó al Pueblo Libre de tamaña amenaza.

Vi a Sandokan, siempre junto a su fiel amigo, casi hermano, Yañez, llorar la muerte de su amada Mariana. Doy fe de que el Tigre de la Malasia era un hombre sensible bajo ese exterior de hombre duro. Como el Corsario Negro, a quien también el amor por una mujer consiguió arrancar algunas lágrimas. Claro que, hay de mujeres a mujeres, y no puedo olvidar a la Milady de las pesadillas de los mosqueteros. Esa mujer que hizo todo el daño que pudo solo por el placer de hacerlo, y cuyo hijo, Mordaunt, por poco se carga a mi amado Athos, en la noche aquella en que huimos de Inglaterra sin haber podido salvar la vida del rey Carlos I.

O a Catalina de Médicis, la reina de Francia, italiana de nacimiento, y quien dice italiana, dice envenenadora. Esa reina que fue capaz de asesinar a dos de sus hijos para que pudiera reinar en Francia el hijo que ella más amaba. Claro que, de nada le sirvió mancharse las manos con la sangre de sus retoños, puesto que con Enrique III, su hijo amado, se acabó la dinastía Valois y fue el hijo de la enemiga más formidable de Catalina, Enrique de Navarra, quien finalmente reinaría en la Francia.

Y permítanme que les hable de el anti-héroe más grande de todos: el Conde de Montecristo. Aquel hombre soberbio que se propuso vengarse de quienes lo habían condenado a un destino peor que la muerte, y que, cosa harto rara, lo logró cumplidamente. Ese Edmundo Dantés que me enseñó a odiar como él odiaba, pero a quien además hay que tenerle mucha compasión. Por aquello de que se había sentenciado a si mismo no volver a amar. Y qué quieren que les diga, una es mujer, y no podría dejar pasar tamaña oportunidad.

Así que ya lo saben, si en algún momento quieren ustedes iniciar su carrera de aventureras, y requieren ayuda, no duden en hablarme. Que alguna influencia tengo todavía por esos mundos de Dios, merced a las buenas amistades que hice en su tiempo. Ah, pero eso sí, a mi D’Artagnan ni tocarle, porque es mío por toda la eternidad, y a la que se atreva a disputármelo le advierto desde ahorita que conozco a muchos hombres que a una palabra mía las mandarían a dormir con los peces, como en la antigua Sicilia. Conste. El que avisa no es traidor.

SECCION DEPORTIVA
Estoy con una sobredosis de futbol. Ayer jugaron los equipos europeos y pude grabar el partido de eliminatoria de Copa del Generalísimo, digo, del Rey, de mi amado Real Madrid, que por cierto le metió cinco golazos al Murcia. La Copa del Rey es una competición cutre, pero como desde hace tres años no pasábamos a octavos de final, mi marido Mou decidió que ahora era cuando. El Farsa y todos los demás malquerientes del Madrid, se pueden ir riendo de su puta madre, si se deja, porque este año venderemos cara la derrota, no como el año pasado, que hasta el Alcorcón nos dio las del pulpo.

El Milan le ganó 3-0 al Palermo y ya es el líder del Calcio. Il Cavaliere es un tipo con mucha suerte. Miren que tener un equipo hecho de retales y aun así liderar la competencia nacional.

Mis amadas Aguilas del América se enfrentan el domingo a las gatas del Pedregal, digo, a los Pumas. Como están las cosas no me atrevo a hacer ningún pronóstico, no vaya yo a salir desplumada. El gusto que me da es que las Chivas están peor que nosotros. Los males del rival consuelan mucho, para que les digo que no, si es que si.

1 comentario:

  1. Os presento aquí señora a su contrincante: Yo.
    También estoy enamorada del susodicho joven D'Artagnan, además estoy segura de que su aviso de mandarme con los peces será una acción propia de una dama con carácter y mucho poder, pero heme aquí: Riñéndole a espada limpia por amores, sin amigos ni seguridad como muestra de valor, con intención de batirme sin ninguna clase de padrinos o de ayuda, por que a decir verdad, esta clase de riñas son vergonzosas entre damas. Sin mas, (aparte de mi invitación a batirnos) Os saldo y me voy.

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