lunes, 13 de diciembre de 2010

Cuando los hijos se van (o se empiezan a ir)

Ya en alguna otra ocasión les conté que mi hija ya se amarchantó a su primer galán y ahora anda por la vida instalada en su nube de color de rosa. O sea, cursi el numerito y todo. Yo, que soy una sufrida y abnegada madre moderna, le concedí graciosamente el permiso para que le diera el si al aspirante a pérfido. Digo, si le hubiera dicho que no, de todos modos ella se hubiera pasado mi negativa por el forro, así al menos me hago la ilusión de que todavía pinto algo en la vida de mi polluela.

Bueno, pues este fin de semana que acaba de pasar, mi hija me pidió permiso para aceptar la invitación que le hicieron de la familia del mini-pérfido para que fuera a comer a casa de ellos. Para ser sincera, yo me quería morir en Houston gritando puras leperadas, pero ni modo. Hice de tripas corazón y la dejé ir, previamente asegurándome de que la irían a recoger a la casa y posteriormente la llevarían de regreso.

Pues así se hizo. El padre del perfidito en potencia me pidió permiso personalmente para llevarse a mi muñeca a su casa por un rato, asegurándome que la cuidarían como oro en paño.

Yo, para qué voy a negarlo, me quedé como madre interpretada por Libertad Lamarque. Y entonces, me puse a reflexionar en las relaciones entre madres e hijas, y como el amor maternal y el vínculo que nos une con nuestras madres es, sencillamente, indestructible. Porque de lo único que estoy verdaderamente segura en esta vida es del amor que yo le tengo a mi hija y del amor que hay entre mi madre y yo.

Y eso es una maravilla, oigan, porque mi mater veneranda y yo no siempre nos llevamos bien. Todavía me acuerdo de aquellas batallas monumentales en las que no siempre salía yo perdiendo. O sea, que si mi Pinochet particular era buena para la guerra de guerrillas, yo no lo era menos y aquello requería a veces la intervención de la diplomacia neutral, llevada a cabo por mi adorado padre, que solía ponerse de mi parte en público, aunque en privado me ponía como chancla por haberme portado mal con mi madre.

De todos modos, mi dama de hierro particular no es una perita en dulce y nunca lo ha sido. En algún momento de mi infancia y mi adolescencia fui victima de su autoritarismo y de su soberbia. Ella mandaba porque era la madre, y punto. Y a mi, en mi condición de soldado raso me tocaba callarme y esperar a que cuando me tocara subir en el escalafón, podría desquitarme a mis anchas de la represión que intentaba ella ejercer en mi contra.

Suerte que con el tiempo viene la madurez y la maternidad ejercida cuando nos toca a nosotras, nos abre los ojos y nos permite una perspectiva diferente para juzgar las mismas cosas que hemos estado rumiando todos estos años y verlas bajo otra luz.

O sea, que ahora, mi mater veneranda no ha cambiado un ápice, pero yo sí. Y lo que no hice por las bravas, ahora lo hago nomás por el amor que le tengo a ella. Ahora me callo y dejo que la autoridad la ejerza quien tiene todo el derecho de ejercerla porque si no es por ella, yo no estaría aquí. Y si no hubiera sido por ella y por los ejemplos que nos dio, yo sería de otro modo. Y no quiero ser de otro modo, a mi me gusta ser como soy. Y esa firmeza se la debo a ella, porque si nos hubiera educado mi papi nada más, olvídense. Mi papi era un barco inmenso y era ella la que tenía que poner orden y la que nos traía de la rienda. Y más a mi, que era levantisca y vocinglera, como revolucionaria o mosquetera francesa.

El círculo vicioso de que así como nos educan educamos nosotros, creo que ya lo he roto. Yo a los quince años no me atreví nunca a decirle a mi madre que ya tenía novio y en cambio, vean a mi hija, despidiéndose de beso del galán a la puerta de mi casa. La verdad es que el drama que le hago a mi hija es de pura broma. Estoy consciente de que el próximo mes cumple 16 años y que ya a partir de ahora mi papel en su vida irá reduciéndose. No diré que estoy que me muero del gusto, pero vamos, también es bueno aceptar que se van cumpliendo las etapas de nuestra vida juntas. Lo he hecho lo mejor que he podido y andando el tiempo, a lo único que aspiro es a que mi hija me siga queriendo mucho y me perdone mis defectos, así como yo quiero a mi madre y le he perdonado los de ella.

Y hablo de perdón en el sentido de que a veces, las madres abusamos de la autoridad y los hijos son víctimas de ciertas injusticias. Por todo eso, mi conciencia está en paz y no le guardo a mi madre ningún rencor. Al contrario, quiero que disfrute el tiempo que le queda y que la vida le sea muy agradable, que ya le toca disfrutar y dejar de sufrir.

Resumiendo, que es gerundio: quiero ser una buena hija, la mejor. Y quiero ser una buena madre. Mi hija tendrá la última palabra en cuanto a esto último, pero tengo fundadas esperanzas de que me ganaré ese premio.

SECCION DEPORTIVA
Mi amado Real Madrid le ganó al Zaragoza. Nada reseñable, porque la tragedia hubiera sido que nos ganaran ellos a nosotros. De todos modos, yo sigo exigiendo venganza. Que muera el Farsa! Mi marido Mou no parece muy contento con Karim Benzema y eso me trae algo preocupada. Bueno, lo que diga Mou.

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